EL CEREZO EN FLOR

Luis Santos es un anciano que no tiene familia y que vive desde hace tres años en una residencia. Tras saber que padece una dolencia incurable inicia un diario, tan breve como el tiempo que le resta de vida. En él no solo escribirá acerca de sus sentimientos y reflexiones cotidianas, sino que irá imprimiendo su propia alma en las mismas páginas, empleando un tono sencillo, íntimo y, en ocasiones, puramente poético. Se trata de un diario escrito a corazón abierto, no dirigido a nadie en particular. A pesar de abordar cuestiones consideradas tan escabrosas como la soledad, la vejez, el dolor y la muerte, no espere el lector hallar aquí a un ser atormentado y doblegado ante la fatalidad. Esta no es una novela más de seres que se recrean revolcándose en el fango de una realidad subjetiva y proyectada. Esta obra es un verdadero canto a la vida, una declaración de amor a la belleza y a la verdad desnuda, tal cual es; a la verdad percibida silenciosa y apasionadamente por un hombre que ha sido transformarte en el último tramo de su existencia. Su tarea fundamental consistirá en aprender a morir un poco más cada día y en descubrir algo nuevo, haciendo suyo el sabio adagio oriental: “Para aprender a vivir hay que aprender a morir”. No obstante este no es un diario complaciente ni cómodo de leer. Ante todo es crítico y revolucionario. Pero la revolución hacia la que apunta, exenta de ideas previas y teorías, se sostiene en la percepción pura y en el constante aprendizaje en el arte de vivir. Se trata, en definitiva, de la única revolución válida: la revolución interior, la cual es incluso posible en el último hálito vital.

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